Percebes en O'Grelo
En Galicia, el mar no solo se escucha; se saborea. Y si hay un bocado que resume esa fuerza brava del Atlántico, es el percebe. No estamos hablando de un marisco más, sino de una joya que solo se entrega a quienes se atreven a buscarla en las rompientes más salvajes de nuestras costas. Los percebeiros —profesionales de los que poco se habla pero mucho se admira— se juegan el tipo entre las rocas para traer este manjar hasta nuestras cocinas. Por eso, cuando llegan a la mesa, hervidos en agua de mar y servidos con respeto, lo hacen con la dignidad de quien ha desafiado a la naturaleza para ofrecer lo mejor. Y sí, lo mejor se nota: aroma a salitre, textura firme, sabor a mar puro.
Más allá del capricho o del prestigio que puedan tener, los percebes son un alimento completo. Altos en proteínas, bajos en grasa y llenos de minerales como yodo, fósforo o selenio, encajan perfectamente tanto en una comida especial como en una dieta equilibrada. La vitamina B12 que contienen, por ejemplo, no solo ayuda al sistema nervioso y a la memoria, sino que también aporta energía y mejora las defensas. Y todo esto sin apenas calorías, sin hidratos, sin adornos innecesarios. Es el mar en su forma más directa, más honesta. Tal vez por eso, cada vez más comensales se animan a probarlos y vuelven por más, porque hay algo en ellos que reconcilia con lo esencial.
Aquí, en nuestra casa, los trabajamos con mimo y sin prisas, como se ha hecho siempre. No hay trucos: buen producto, cocción justa y servicio atento. Lo demás lo pone el percebe. Hay momentos —y semanas— en que llegan en su punto perfecto, y esos días conviene aprovecharlos, porque el mar es generoso, sí, pero también caprichoso. Así que si pasáis por aquí y veis que los tenemos, no lo dudéis. Puede que sea el día ideal para darse un homenaje con mayúsculas, de esos que no se olvidan fácilmente.